15 lecciones aprendidas en 4 años de recuperación de anorexia

15 lecciones aprendidas en 4 años de recuperación de anorexia

El 27 de diciembre de 2016, hace 4 años de la publicación de esta entrada, tomé la decisión que supuso un nuevo comienzo en mi vida, un renacimiento, un cambio radical que socavó todas las bases de mi visión del mundo hasta el momento: elegí empezar la recuperación tras 11 años con anorexia nerviosa.

Algo sabía del camino que me esperaba por lo que había ido leyendo en blogs. Pero experimentarlo ha sido muy diferente. No es lo mismo leer sobre los gritos atronadores, el sufrimiento punzante o la oscuridad sofocante que sentirlo. Tampoco es lo mismo leer sobre la transformación personal, el florecimiento y la conquista de la verdad y la libertad que vivirlo.

Además, algunas de las cosas más importantes que he aprendido en mi andadura personal no siempre se han correspondido con lo que había leído o escuchado a otros (incluso profesionales)

Esta entrada no pretende ser un compendio de todo lo vivido durante los últimos 4 años. Solo quiero ofrecer algunas pinceladas de parte de los descubrimientos que he ido haciendo y ponderar qué me ha ayudado a seguir adelante y qué me ha retenido. Con la esperanza de que alguna persona, cuando termine de leerla, quede más convencida de emprender o continuar el camino de la recuperación y de cuáles deben ser sus siguientes pasos.

1. El punto de inflexión en mi recuperación fue comprender que Dios estaba a favor

Por supuesto, eso lo intuí cuando elegí empezarla. Pero tardaría mucho en eliminar las creencias falsas que estaban profundamente arraigadas en mí y determinaban mi cosmovisión. Tuve la lucidez de decidir pronto que necesitaba un director espiritual para guiarme en esto, y la gracia de que encontré a la persona ideal. Pero, por mucho que tras cada uno de nuestros encuentros saliese convencida de que la recuperación era el modo en que Dios quería que le diese gloria… Enseguida volvía la confusión.

Porque no lo sentía así. Sentía culpa, remordimientos. Que era una egoísta que había abandonado el camino difícil del sacrificio para entregarme a los placeres carnales. Me daba asco. Me había contaminado con esas cosas del mundo —la comida— que había prometido evitar. Y eso me alejaba aún más de Dios… ¿cómo acudir a Él para pedirle ayuda con algo con que en el fondo pensaba que le estaba traicionando? Sería como pedirle ayuda para robar o matar. Y toda la Biblia y la mayoría de textos de los santos me apuntaban en el mismo sentido, el que me había acostumbrado a darles. 

Solo me salvó la convicción de que, por encima de todo, la obediencia sí era un camino seguro para dar gloria a Dios. Aunque en realidad el que yo había escogido (la anorexia) pudiera ser objetivamente mejor, si renunciaba a él por obediencia no me estaría equivocando. Pero, con todo, obviamente esto suponía una tensión espiritual muy grande. Eso hizo que los primeros meses de la recuperación fueran absolutamente horribles y miserables. 

Ver

Solo cuando con el tiempo empecé a ver, yo misma, ya no porque otros me lo dijeran, que en efecto Dios deseaba que me recuperase, que la voz de la anorexia era la voz del maligno, y que Él quería rescatarme y salvarme de ese abismo de muerte, es cuando todo se volvió mucho más fácil. Que no significa fácil. Sino, simplemente, posible. Si Dios estaba realmente a mi lado, si no me estaba dando la espalda porque yo le hubiera traicionado, sino que ahora estaba en Su camino, entonces podía caminar segura por él sin volver constantemente la vista atrás. Podía celebrar los retos superados sin la sombra de pensar que celebraba un acto vergonzoso. Entonces, tardara lo que tardara, se interpusieran los obstáculos que se interpusieran, cayera las veces que cayera… la victoria estaba asegurada. 

2. Disfrutar de la comida es bueno. Ser feliz es bueno. Elegir lo que te gusta es bueno

Como he mencionado, me sentía muy culpable cuando comía; pero, sobre todo, cuando disfrutaba lo que comía. Podía llegar a aceptar que tuviera que ganar peso, pero entonces debía ser un deber que se cumpliese con abnegación, sin encontrar deleite en ello, lo que a mis ojos lo convertiría en un deseo egoísta. Porque entonces en el fondo no lo estaría haciendo por dar gloria a Dios, sino por glotonería. ¿La solución era entonces ganar peso únicamente a base de platos insulsos que no disfrutara? (De hecho, eso fue exactamente lo que alguien me propuso).

El cambio de perspectiva vino de entender que no solo daba gloria a Dios ganando el peso que debía, sino apreciando sus dones, dándole gracias por permitirnos satisfacer la necesidad de alimento con deleite, encontrándole en cada bocado. Lo bueno del mundo, incluyendo un sabor rico, puede conducirnos a Dios.

Pero aceptar esto en la comida me llevaba a querer “compensar” por ello en el resto de mi vida. Como, vale, quédate con tu placer de la comida, pero por lo menos ten la decencia de no pedir ya nada más, nunca más. Has abandonado un sacrificio muy grande en un área, a ver cómo lo consigues en otra. Creía que ser feliz consistía meramente en la satisfacción por el deber cumplido, aunque no me reportase nada de gusto. Es más, si me reportaba algo de gusto, muy probablemente era malo y lo estaba eligiendo por egoísmo y no porque realmente fuera la voluntad de Dios. Por eso, yo creía que era feliz cuando era anoréxica. Como suelo decir, lo que pasaba es que mis horizontes de felicidad eran muy limitados.

Dios y nuestros deseos

Aprendí a ver que la voluntad de Dios para mi vida se corresponde con los deseos más profundos de mi corazón, pues es Él quien los ha puesto allí. Que no tiene por qué haber dicotomía cuando uno vive en gracia y tiene una relación íntima y sincera con el Señor. Que entre un camino bueno y otro malo, lo lógico es elegir el bueno, y allí estará la cruz, pero no el yugo pesado del mal, que son cosas diferentes. Que el Señor está deseando darnos cosas buenas, y no se alegra de nuestro sufrimiento.

Eso no quiere decir que siempre vayamos a estar contentos, o que no haya que hacer renuncias o sacrificios; pero sí que no debemos elegir sistemáticamente y/o en elecciones fundamentales de la vida aquello que nos causa mayor rechazo por creer que eso será lo más perfecto. Algo puede gustarnos y no ser bueno, o no gustarnos y ser bueno, pero esos casos están bastante bien delimitados en los mandamientos.

Lo que no es cierto es que, por que algo nos guste, entonces no sea bueno. Cuanto más crezcamos en vida de gracia y virtud, más se asemejará lo que nos gusta y lo bueno. El gusto no se debe descartar en un discernimiento, Dios nos ha creado con gusto hacia determinadas cosas no para que nos tengamos que fastidiar y reprimir, sino para que, orientándolo bien, descubramos a lo que estamos llamados. Quiere que seamos felices.

Y todavía…

 Esto todavía me cuesta, cuando quiero algo, cuando me gusta algo, pensar que entonces seguro que no es lo que Dios quiere. Es una herida que va sanando poco a poco, según voy descubriendo mejor el Corazón de Jesús.

3. Vas a sentirte atrapada en tu propia mente. O expulsada de ella

Estos eran mis dos estados mentales más comunes en los inicios de la recuperación. Muchas veces me sentía atrapada, encerrada, había demasiadas voces, gritos muy fuertes, alarmas ruidosas, todo contra mí, y no podía escapar, salir de allí, dejar de escuchar. No podía bloquear los pensamientos que me atormentaban porque no venían como desde fuera, sino que estaban dentro, las 24 horas, sin parar. Y no puedes huir porque no puedes salir de tu propia mente.

Pero había algo aún peor, y era, en algunos momentos —en los ataques de pánico más graves— sentir que en efecto estaba a punto de salir de mi propia mente. Ser expulsada, que mi última voz se apagara y los pensamientos tomaran todo el control. Como dejar de existir, o al menos entrar en letargo hasta que algo o alguien lograra volver a despertarme. Nunca llegó a suceder, a cortarse el fino hilo de conexión con mi cordura, pero llegué a pasar mucho miedo.

El problema es que, durante todo el tiempo en que había estado activamente con el trastorno alimenticio, había dejado que los pensamientos entraran, proliferaran, ocuparan los puestos de honor y asumieran el mando. Porque creía que ellos eran yo. Con la recuperación, descubrí que yo no era ellos, y que ahora tenía que reconquistar la plaza de mi mente. Pero se consigue. En un momento dado, las tornas cambiaron en la batalla, y vi que yo era la que estaba dentro, y ellos los que intentaban atacar para entrar. Son difíciles de contener, y a veces han ganado los asaltos (antes muchas veces, ahora pocas). Pero no es lo mismo tener que atacar que tener que defenderse. No es lo mismo hacerse con el control que protegerlo.

«El desesperado» – Gustave Courbet. 1885.

4. La mente se recupera siguiendo al cuerpo

Normalmente, la mente va bastante por detrás del cuerpo en una recuperación. El peso sube, pero no notas mejoría internamente. Eso hace que quieras parar, porque cada vez te encuentras peor, viendo cómo tu cuerpo se te va de las manos. Pero, al final, la recuperación del cuerpo arrastra a la de la mente. Van unidas, y continuar con la primera hace que la segunda acabe mejorando, y con el tiempo alcanzándola.

Porque hay una parte de la mente que es física. El cerebro sufre los efectos de la desnutrición, no puedes razonar bien cuando no te alimentas lo suficiente. Yo con la anorexia creía que sí, que era más inteligente que el resto de la gente porque no tenía grasa interfiriendo con mis funciones mentales, pero era otra trampa para mantenerme enganchada. El cerebro consume aproximadamente un 20% de las calorías que comemos, por lo que resulta muy afectado cuando estas son demasiado bajas.

Cuando pensamos en los tejidos que se tienen que reparar con la recuperación, siempre se nos ocurren cosas como el corazón, los huesos o el intestino, todas ellas muy importantes, pero pasamos por alto el cerebro. Y, si los otros órganos no pueden llevar a cabo sus funciones de manera óptima hasta que no se hayan reparado, ¿por qué esperamos que el cerebro sí lo haga?

Muchos de nuestros pensamientos, incluyendo la distorsión de la imagen corporal, mejorarán drásticamente o se irán por sí solos una vez que nuestro cerebro esté más recuperado. Por tanto, no caigas en la trampa de esperar a que la mente esté mejor para seguir con la recuperación del cuerpo pensando que si no, no vas a poder soportar más cambios físicos. Confía en el proceso.

5. Merece más la pena mirar al futuro que al pasado

No tiene sentido remover continuamente posibles causas, traumas ocultos, tu familia, tu ambiente… Eso es lo que les gusta a muchos psicólogos. No está mal intentarlo, quizá veas una causa muy concreta y haya que actuar sobre ella. Pero creo que, cuando no es obvio, no merece la pena insistir e indagar.

En su lugar, es mucho más fructífero ir hacia delante. El caso es que estás donde estás, ¿qué vas a hacer para avanzar? Tener ideas de cosas prácticas, del siguiente buen paso que puedes dar. Dejar el pasado atrás y no revolcarte en la autocompasión. Aprender a vivir de nuevo, estrategias para lidiar con la lucha cotidiana, metas y sueños que alcanzar, encontrar un sentido y una dirección y averiguar cómo llegar hasta ahí. Cómo sobrevivir cada día a los ataques, primero, y cómo vivir plenamente, después.

Por eso me gustó leer El hombre en busca de sentido de Victor Frankl, cuyo enfoque psicológico invita más a la búsqueda, a ponerse en camino, que a lamentarse por el pasado. Yo también tenía que encontrar un sentido después de que se rompiera en mil pedazos el único que había conocido.

Es también lo que cuenta Ruth Soukup, la creadora del curso Elite Blog Academy. Ella sufrió unos episodios de depresión terribles, y cuando finalmente se decidió a salir, le dijo a su terapeuta que no quería hablar del pasado, explorar sus traumas; eso no había funcionado todas las veces anteriores. Quería saber cómo vivir a partir de entonces, cómo reconstruir su vida desde el estado en que se encontraba, mirando hacia delante. Y gracias a ello es como fue saliendo.

6. Di las cosas en voz alta

No tengas vergüenza de pedir ayuda. No eres débil por eso, sino todo lo contrario. Y cuando la tengas, sé sincera, muy sincera. Solo el tener la humildad y la valentía para decir los pensamientos debilita muchísimo al TCA. Es una de las primeras cosas que aprendí. Me di cuenta de que lo que más caracterizaba a esta enfermedad era el secretismo, las mentiras, y que por lo tanto ahora debía hacer lo opuesto para recuperarme. Así que fui desde el primer momento muy sincera con las personas que me ayudaban.

Los peores pensamientos, de los que jamás querría que nadie se enteraba, se los decía. Superando el miedo de que creyesen (o descubriesen) que yo era una persona horrible, que estaba loca o cualquier cosa peor. Así, demostraba al TCA que ya no me tenía atada, amedrentada y sumisa; que no me iba a callar. Sacrifica el “qué dirán”: salva tu cuerpo y tu alma.

7. Asume las culpas. Pero pasa página

Siempre tenemos libertad. Por muy atacados que estemos. Y responsabilidad. Existe una tendencia a disminuir la libertad de las personas, a justificar sus peores acciones por las duras circunstancias que les ha tocado vivir (como esa manía de que ahora todos los villanos de los cuentos en el fondo son buenos). Pero no debemos aceptar el papel de víctimas, como si estuviéramos sometidas a fuerzas superiores que deciden nuestros actos. No. Hemos hecho cosas malas en nuestro trastorno alimenticio, y las hemos hecho nosotros, no él. Engañadas, manipuladas, sí, pero siempre tuvimos opción.

Esta es la manera de asumir también que ahora tenemos opción y tenemos responsabilidad. Es importante tener una confianza ciega en las personas que nos guían en este camino, sí, saber que no podemos fiarnos de nuestro juicio y creer aquello que todo en nosotros nos grita que es mentira, y hacer aquello con lo que nos sentimos fatal. Pero eso no significa pasividad. Tenemos que elegir la recuperación cada día activamente. La guía constante, el que nos lleven todo el rato de la mano, debe ser una etapa temporal; en algún momento te tendrás que hacer cargo.

Consecuencias

Es lo que le pasa, por desgracia, a mucha gente ingresada para su tratamiento. Se acostumbran a que da igual lo que hagan, si cooperan o se resisten, si trabajan por mejorar o simplemente están ahí, porque al final del día los médicos se van a asegurar de mantenerles con vida. Cuando salen, no son capaces de continuar la recuperación en su casa, y entran en un círculo vicioso de ingresos y recaídas. Solo cuando eligen consciente y activamente la recuperación (aunque sea en el contexto de un ingreso, que puede ser útil) son capaces de romperlo.

Esto también significa que no puedes tratar a las personas como te dé la gana porque tú estés sufriendo. No tienes derecho a descargar tu ira contra otros y creer que siempre tienen que disculparte porque estás enferma. Ni siquiera es bueno para ti, te despersonifica.

Aceptando la salvación

Pero no te autoflageles. No entres en una espiral de autodesprecio. A veces perderás los nervios, cometerás errores, recaerás en hábitos del trastorno, harás lo que sabes que no debes. Asúmelo. Arréglalo en la medida de lo posible, pero no te frustres si no se puede del todo.

Jesucristo ya lo ha pagado por ti, porque te ama y quiere que sigas adelante. Igual cuando veas el horror de las cosas que has hecho. Ya han quedado atrás. Asúmelas, llévalas a Confesión, y déjalas atrás. No te eches a la espalda más cargas que las que ya te han tocado. 

8. No todo funciona para todos

Coge de cada persona (incluyendo de mí) lo que te ayude. Hay tantas formas de recuperación distintas como personas. Hay gente muy dogmática que cree que hay que seguir un método a rajatabla: comer un número determinado de calorías, no contar calorías, ingreso sí o sí, x comidas al día…

Yo creo que cada caso es diferente y que está genial compartir lo que a cada uno le ha ayudado para que quienes vienen detrás puedan tomar ideas, pero no para que nos copien, sino para que descubran entre unas cosas y otras su propio modelo.

Por ejemplo, hay varias cosas en las que mi recuperación se ha alejado de lo convencional (y esto no la hace ni mejor ni peor, hay personas a quienes lo convencional les viene bien, pero nadie se tiene que sentir culpable si a ella no):

Ejercicio:

Muchas veces se dice que no se haga nada de ejercicio hasta que no se llegue a un peso sano. A mí, sin embargo, me ha ayudado mucho. La clave está en aprender a usarlo para construir y no para destruir, como el método de purga que era antes.

Debe estar adaptado a las capacidades del cuerpo e ir progresando solo con supervisión. Es un privilegio, no un derecho. Pero a mí me ha servido para descargar estrés, mejorar mi estado de ánimo, apreciar mi cuerpo por lo que puede hacer y buscar ser más fuerte para superar nuevos retos, y, asociado a eso, mejorar la percepción de mi imagen corporal.

Cocinar:

A veces se expulsa a la persona en recuperación de la cocina, para evitar que se ponga nerviosa al ver los ingredientes que se utilizan (como la cantidad de aceite) y que no haya conflictos o intente imponer su voluntad sobre la comida que se prepara.

Pero yo creo que merece la pena aguantar los berrinches. Al principio, mi madre y yo acabábamos siempre a malas en la cocina. Pero ahora me alegro de haber estado, de que se haya convertido en un proceso natural. Me encanta comer cosas que he preparado con mis propias manos, especialmente cuando se trata de cosas que me dan miedo como los dulces. Es terapéutico.

Conocer:

Se suele fruncir el ceño cuando una persona en recuperación quiere aprender sobre nutrición, como si fuera otra faceta de su obsesión. A mí, por el contrario, me ha sido de gran ayuda, pues me ha servido para desmitificar la comida, desterrar falsas creencias, y tener argumentos sólidos para rebatir mis pensamientos. También a fascinarme por el funcionamiento del cuerpo humano y querer honrarlo mejor.

Tener conocimientos me empodera pues ya no tengo solo que cumplir unas reglas, sino que entiendo el por qué y puedo hacerme más cargo de mi propia recuperación.

Elegir no es restringir:

Soy una firme defensora de que hay que probar de todo en los inicios de la recuperación, pues normalmente casi toda razón para negarse a comer algo es un excusa porque te da miedo esa comida. Hay que tener cuidado para no pasar de un trastorno alimenticio a otro y caer en la ortorexia. Enseñar que no hay alimentos malos en sí y ayudar a relajar las costumbres.

Pero, conforme avanza el proceso, se puede permitir que la persona en recuperación tome sus propias decisiones. Por ejemplo, yo primero decidí apostar por la comida real frente a los ultraprocesados, con cuidado de no obsesionarme. Y ahora estoy optando también por una alimentación más sostenible y que vele por el bienestar animal.

Evidentemente, estos dos cambios han reducido las opciones de comida entre las que suelo elegir. Sin embargo, no me siento en absoluto cohibida o restringida, porque son elecciones que he tomado libremente, con conocimientos y por una convicción personal. La libertad no se ejercita manteniendo abiertas cuantas más opciones mejor, sino eligiendo las que percibes como mejores.

Saber el peso:

Otra cosa que suele estar contraindicada es pesarse una misma. Yo, no obstante, sé que me habría vuelto loca si no hubiera sabido mi peso durante todo el proceso. De lo contrario, habría creído todo el rato que estaba engordando demasiado rápido.

Saber el número me ha ayudado a tener más objetividad y así no dejar que la distorsión de la imagen corporal me engañase por completo. De nuevo, no hay por qué tener miedo a conocer un número, es un dato más, y saberlo te permite hacerte más cargo de tu recuperación.

9. Está bien tomarse un descanso

La recuperación requiere, en muchos momentos, el 100% de tu atención y energía. Te chupará el tiempo y las fuerzas. Por eso, no te exijas llevar el mismo ritmo de vida que otros que no tienen esta carga adicional tan pesada. No eres débil por tener que tomarte tu tiempo y llevar tu propio ritmo. Prioriza tu salud, sobre todo tu salud mental.

Yo siempre pienso que debería haberme tomado un tiempo de mi carrera, fue un error empujarme hasta el límite. Sí que reduje el ritmo en el último cuatrimestre, dejándome asignaturas para la convocatoria extraordinaria… pero habría estado bien tener un poco más de paz. Así que, si algo está afectando a tu equilibrio mental, córtalo o ponlo en pausa por un tiempo. 

Sí, he intentado coger una con la luz parecida aposta

10. Cuando creas que lo tienes todo bajo control, te atacará por donde menos lo esperas

No se puede dar nada por totalmente superado. Así que no te sorprendas, o al menos no te frustres, cuando un fuego que ya habías dado por apagado de repente te queme otra vez. A mí me ha pasado especialmente cuando he empezado a comportarme con cierta soberbia y dejado de reconocer mi dependencia total de la gracia de Dios. Me ha demostrado muchas veces que si no fuera por la misericordia que derrama constantemente sobre mí, caería una vez tras otra.

Volverás a tener los pensamientos más primitivos: como ataques burdos de sentirme gorda o como que se me sale la tripa de los pantalones, cuando no es verdad, pero me da esa percepción y es desquiciante… me sucedía continuamente al principio de la recuperación y luego lo di por superado, pero todavía algún día de repente me viene.

Caerás en cosas obvias: como leer páginas detonantes cuando sabes que no te hacen ningún bien, pero te crees que bah, ya no te van a afectar…

11. Descubrirás lo mal que está la sociedad

Conforme te vas recuperando, te das cuenta de que muchas cosas que eran parte de tu enfermedad están completamente aceptadas y valoradas socialmente. La gente se ufana de saltarse comidas, dice que va a compensar, aplica adjetivos morales a la comida (hablando de tentaciones, diciendo “he sido mala”, etc.), restringe grupos enteros de alimentos, demoniza el azúcar, los carbohidratos o la grasa, come menos en público para quedar bien y siempre se queja de que le han servido demasiado… La cultura de la dieta es realmente molesta. Cuando te recuperes, estarás en una posición mejor que la de la mayoría de la población.

Yo me siento con la misión de educar, de luchar contra los mitos y bulos alarmantes que circulan por las redes, contra conceptos como que restringir comida debe ser aplaudido porque denota fuerza de voluntad, contra la necesidad de justificar lo que uno come por miedo a ser juzgado, etc. Los trastornos alimenticios brotan de la alimentación trastornada que impera en la sociedad.

Esto incluye también el otro extremo: el reírse de la “comida sana” y el deporte, comer cualquier cosa sin pensar en sus cualidades nutricionales, la epidemia de sobrepeso y obesidad… En realidad, son dos caras de la misma moneda. Se han perdido el equilibrio y la templanza.

Creo que la solución a esto pasa por la restauración del orden Dios-alma-cuerpo en que tanto insiste San Agustín. Que, cuando Dios reina en nuestra alma, aprendamos cómo Él la guía y cuida, y apliquemos eso mismo al reinado del alma sobre el cuerpo.

12. Dios te da la gracia que necesitas en cada momento

Preocuparse de antemano no merece la pena, es provocarse un sufrimiento inútil; el único, de hecho, porque el resto —los que vienen en el presente— se pueden ofrecer y por tanto no se pierden, pero este es vacuo ya que no es ninguna cruz que nos hayamos encontrado, sino una fabricada por nosotros mismos.

La gran mayoría de miedos no se cumplen y, si se cumplen, no es lo que habías imaginado. Hay cosas que pensaba que no podría soportar, pero cuando llegaron, yo había cambiado tanto llegados a ese punto que ni me han afectado.

¿Por ejemplo?

Por ejemplo, estar en el peso que estoy es muy diferente de lo que me había imaginado. Yo pensaba que me iba a ver tan horrible que no podría ni mirarme al espejo, pero mi imagen corporal también ha sanado.

Yo pensaba que estaría todo el día de los nervios midiendo todo al milímetro por miedo a pasarme, pero es el momento en que me siento más libre con la comida.

Yo pensaba que tendría que restringir masivamente mi ingesta para evitar dispararme, pero no solo no restrinjo, sino que me permito comer intuitivamente, escuchando a mi cuerpo. Y voy bien.

Yo pensaba que necesitaría sí o sí quedarme un poco por debajo de un peso sano para saber que tengo “margen”, pero ahora incluso puedo llegar a aceptar que el margen empieza a partir del peso sano mínimo, no por debajo.

San Agustín rezaba: “Dadme, Señor, lo que mandáis y mandadme lo que queráis”. Y así actúa Él. Pero tampoco te da de más. Solo lo que necesitas en cada momento para dar el siguiente paso correcto. Una de las cosas que más me ha tenido que repetir mi director espiritual es que, cuando empiezas a pensar en problemas del futuro, es como si los enfrentaras sin tener la gracia divina para ello, solo con tus propias fuerzas. Por eso parecen tan infranqueables. Pero, cuando llegan, si es que llegan, es totalmente distinto porque en ese momento sí cuentas con la gracia.

 

13. Recuperarse no significa dejar de sufrir. Pero es maravilloso

Me encanta leer testimonios de recuperación, pero a veces puede dar la impresión de que una vez que se consigue una ya va a gozar de una vida perfecta y sin problemas. No es así. No te decepciones cuando vengan nuevas desolaciones. Pero merece 100% la pena. Porque te da una vida de verdad: lo otro es una vida tan llena de mentiras que no se puede llamar, verdaderamente, vida.

La verdad nos hace libres, porque solo así podemos alcanzar nuestro máximo potencial, desarrollarnos por completo, ser quienes estamos llamados a ser. Libres para amar, al no tener la atadura de dedicar nuestra completa atención al ídolo de la comida. Al no estar continuamente mintiendo e hiriendo a nuestros seres queridos. Cuando el sueño de la vida deja de ser estar enfermo y que nos dejen en paz para estarlo más.

Descripciones potentes

Evelyn Waugh, escritor inglés del siglo XX, decía la siguiente frase refiriéndose a su conversión al catolicismo, y yo la aplico también a la recuperación, que al fin y al cabo es otra forma de conversión:

“La conversión es como salir a través de una chimenea de un mundo de espejos donde todo es una caricatura absurda, para entrar en el auténtico mundo creado por Dios; es entonces cuando empieza el delicioso proceso de explorarlo sin límites”.

También decía Waugh que: “cada hora que se pasa fuera de la Iglesia es una hora perdida”. Y, paralelamente, cada hora que pasas sin emprender la recuperación, o sin tomártela en serio, manteniéndote en un limbo, es una hora perdida. Porque estás viviendo a medio gas, desaprovechando el tiempo que tienes para esa deliciosa exploración sin límites, para ensanchar tu capacidad de amar y de recibir amor, para tener las fuerzas necesarias para llevar a cabo tu misión en este mundo.

Además, cuando sufrimos, sobre todo cuando sufrimos por nuestra salud mental y entramos en estados semi o directamente depresivos, lo único auténticamente efectivo es agarrarse a las verdades objetivas. No intentar automotivarnos y sentirnos mejor, eso es efímero. Hay que aferrarse a lo que no se mueve, a lo que es inmutable, y eso ofrece el mejor consuelo.

14. Recuperarse es mucho más que ganar peso

Afecta a la totalidad de la persona. Yo no me reconozco cuando miro atrás; sí, hay ciertos rasgos, cualidades y valores que se mantienen. Para la gente de fuera, creo que la transformación no es tan notoria, que piensan que soy la misma pero habiéndome quitado algo, el TCA. Subestiman el lugar que eso ocupaba en mi vida. Era toda mi vida, lo impregnaba todo. He tenido que construir desde cero.

De hecho, ni siquiera sé hasta qué punto es preciso el nombre de recuperación, porque el prefijo re- indica “volver a”, mientras que en este caso no vuelves a ningún sitio. No acabas como antes de pasar por esto, especialmente cuando llevas tantos años como yo, pero creo que en cualquier caso. Creo que es imposible pasar por algo como este fuego (purificador) de la recuperación y salir al otro lado como antes. 

15. Todavía tengo miedo

Nunca sé si decir que estoy recuperada o en recuperación. Mi cuerpo está en un peso que, según el índice de masa corporal, es «sano» (pero, ¿será MI peso sano?); a mi mente —a pesar de todos los avances— todavía le falta un poco más.

Hasta ahora, cuando tenía mala imagen corporal, podía decirme que no era posible que estuviera gorda si mi IMC indicaba un infrapeso. Pero ahora ya no puedo decirme eso. No puedo oponer esa razón a mis pensamientos.

Hasta ahora, cuando veía a otras chicas y las creía más delgadas que yo, sabía que lo más probable era que no lo estuviesen y fuera una distorsión mía, pero que aun si lo estaban, entonces era un problema suyo porque eso supondría que estaban desnutridas. Ahora tengo a veces que enfrentarme a la situación de no ser la más delgada en un grupo.

Hasta hace un tiempo, se veía que tenía que ganar peso. Ahora, la gente me da ya por sana. Me da miedo entonces que si sigo subiendo la gente empiece a pensar que me he pasado, que ya debería parar, que me he ido demasiado para el otro lado.

¿Qué me espera?

Me da mucho miedo pensar en cuál será peso por encima del mínimo sano al que tenga que llegar para que sea el realmente sano para mí. Sé que el mínimo no es por lo general el óptimo. Aunque ya haya recuperado la menstruación, todavía tengo que reconstruir partes dañadas de mi cuerpo, sobre todo mis huesos. Sé que todas las chicas que he seguido como inspiración para la recuperación no están en el mínimo, y sin embargo las veo perfectas.

Sé que el peso de mayor salud tiene que ser también el de mayor belleza, que Dios no nos habría creado de modo que tuviéramos que escoger entre esos dos bienes, que fueran contradictorios. Pero una cosa es lo que sé, y otra lo que siento. Y lo que siento es miedo.

Afortunadamente, todos esto miedos son físicos. Por eso, no pueden detenerme. Como dije al principio de la entrada, el gran freno eran los miedos espirituales y morales. Sabiendo que Dios está conmigo, que no estoy yendo contra Él sino con Él y hacia Él, sé que los miedos no vienen de Él. Son enemigos contra los que luchar. Y si algo se me da bien, es luchar. Tampoco es un gran mérito, habiéndome alistado en el mejor de los ejércitos.

Si estás en la misma situación en que yo estaba hace 4 años, es tu momento de renacer. Te invito a dar el primer paso contactándome o rellenando el formulario que encontrarás en paolapetrinut.com/consultas. Hoy mismo. Recuerda, cada hora que dejas pasar es una hora perdida. No te puedo pedir que no tengas miedo, pero sí que saltes, con miedo y todo. 

52

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Back To Top