Tras relatar la creación del mundo y del hombre, alma y cuerpo, leemos en el libro del Génesis: “Vio Dios todo lo que había hecho, y era muy bueno”. Podría haber creado todo de otra forma, podría habernos hecho incorpóreos como los ángeles. Pero no, nos hizo con cuerpo, y consideró que era muy bueno. No tenemos derecho a arruinar lo que Dios ha creado bueno.
Él ha entregado la tierra entera al hombre, pero no como dueño, sino como arrendatario. Tenemos una responsabilidad con toda la creación, que ya ha quedado dañada en su esencia con nuestro pecado, pero además podemos dañar directamente con nuestras acciones. Tenemos entonces el deber de cuidar y proteger toda la naturaleza. Y, de modo particular, nuestro cuerpo, la posesión más íntima de la creación que se nos ha dado. Es nuestra porción de tierra a cultivar con más esmero, el trocito de la creación del que somos más inmediatamente responsables.