Comida = religión: secularización, dietas sectarias y trastornos alimenticios

Comida = religión: secularización, dietas sectarias y trastornos alimenticios

En nuestra sociedad secularizada, la gente busca religiones sin Dios. Es decir, algo que les proporcione una guía para vivir, un sentido, una comunidad y unos ideales. Unas verdades que hablen del bien y el mal. Últimamente, cada vez se está buscando más en la comida. Pero las religiones sin Dios pronto se convierten en sectas, y este es el adjetivo que merecen ciertas corrientes dietéticas. ¡Lee este artículo y no te dejes engañar!

Alimentos puros e impuros

El foco de estas nuevas pseudorreligiones son los alimentos. Unos son buenos, limpios y puros; otros, malos, sucios e impuros. Así los llaman, utilizando hashtags como #cleaneating (#comerlimpio). Es comer unos u otros lo que hace que a nuestra persona se puedan aplicar unos adjetivos u otros. Atribuir a la comida este tipo de características morales es muy peligroso y puede provocar graves daños en la salud física (deficiencias nutricionales, ciclos de restricción y atracones, etc.) como, sobre todo, en la mental, al asociar el valor personal a lo que comemos.

Este lenguaje sobre los alimentos me recuerda, alarmantemente, al maniqueísmo, herejía que San Agustín combatió en el siglo IV. Los maniqueos tenían un “sello de la boca” que regulaba la cantidad y los tipos de comidas que podían tomar. Algunos alimentos eran considerados impuros. Por ejemplo, la carne estaba prohibida, ya que los animales tenían su origen en los demonios; además, se reproducen por generación carnal, lo que es obra de la concupiscencia. Aunque, según ellos, los animales cuando estaban vivos contenían algunos elementos del principio divino, estos eran gradualmente liberados por su actividad y en el momento de la muerte no quedaba nada salvo una masa sucia. Comer carne era ensuciarse por este contacto con la materia impura y retrasar el proceso de separar la luz de las tinieblas en el mundo.

Las pseudorreligiones de la comida pierden este trasfondo filosófico y se quedan con la parte superficial: la pureza e impureza de los alimentos. ¿Dónde encuentran entonces la justificación para clasificarlos? En teorías pseudocientíficas, como veremos.

La pertenencia a un grupo

Un factor clave que lleva a la gente a meterse en estas sectas alimenticias es el peso de la comunidad. Muchas veces las personas provienen de experiencias de baja autoestima, quizá por su imagen corporal, o no encuentran en su entorno con quién compartir el cambio de estilo de vida que quieren iniciar. Mediante internet, encuentran una gran comunidad de personas que les proporcionan apoyo y consejos.

Esto es positivo en algunos contextos, pero puede dar lugar a dos problemas:

  • Encerrarse en una burbuja, en la que como todo el mundo piensa igual y repite una y otra vez las mismas ideas, la persona llega a normalizar comportamientos poco sanos y a cerrarse completamente a la realidad.
  • Que se cree una presión social de modo que la persona se vea obligada a seguir comiendo siempre de una manera para mantener la permanencia en el grupo y no perder a “su tribu”.

Estoy hablando de comunidades con marca registrada como Weight Watchers o Slimming World, pero también de cosas como la dieta cetogénica, paleo, o plant-based con todas sus variantes. He conocido a gente a la que le ha costado muchísimo quitarse esas etiquetas o admitir en público que ya no comía así, por miedo a perder la comunidad que había creado a su alrededor a partir de esa dieta.

Los gurús

Algunos tipos de dieta se basan en las enseñanzas de un “maestro”, alguien que ha escrito un libro que se toma como la Biblia y a quien se considera infalible. Es el caso de Barry Sears con la Dieta de la Zona o Robert Atkins con la dieta que lleva su apellido. Hay que tener cuidado con estas personas y sus libros, pues utilizan un lenguaje que suena científico. Debemos llevar a cabo cuatro comprobaciones:

  • Su educación.
  • Que citen estudios científicos serios.
  • Que esos estudios digan realmente lo que ellos dicen que dicen.
  • Que no haya una enorme evidencia apuntando hacia lo contrario que hayan obviado mencionar.

Por lo general, estos gurús consiguen cantidades ingentes de dinero gracias a la ingenuidad de personas desesperadas por encontrar un dogma que guíe su dieta y, en el fondo, su vida. A costa de la salud de estas personas.

El dogmatismo

La nutrición es una ciencia joven, en la que quedan montones de cosas por investigar y descubrir. Sin embargo, estos grupos nutri-sectarios no admiten ese desarrollo científico. Los hallazgos han llegado a la plenitud con ellos, y sus planteamientos son ya inamovibles. Eso se llama dogmatismo. Y, por cierto, sus dogmas son incompatibles entre sí. Defienden cosas diametralmente opuestas, que no pueden ser verdad a la vez. En realidad, hoy por hoy en nutrición hay pocas verdades absolutas. Pero esto no es lo que la gente quiere oír. No nos gusta la incertidumbre, queremos certezas, seguridad, un plan a seguir, para evitar sentirnos incómodos.  Normal, ya que en medio del “todo vale” de la sociedad, anhelamos algo a lo que agarrarnos.

Los absolutos en la nutrición

Si los resultados de parte de estas dietas no son tan catastróficos es precisamente porque no es difícil cumplir las pocas verdades absolutas que conocemos. Comida real. Moderación. Variedad. Poco más. Por desgracia, aún siguen promoviéndose dietas absurdas que ni siquiera cumplen los principios básicos, centrándose solo en las calorías (las dietas yoyó de toda la vida) o excluyendo grupos de alimentos enteros. Aun así, unas y otras pueden funcionar porque el cuerpo humano es maravilloso y hará todo lo posible por sacar adelante a su dueño. Así que una persona puede estar sana no gracias a, sino a pesar de su dieta defectuosa.

Por otro lado, pese a que esto es justo lo que niegan, los seres humanos tenemos una gran adaptabilidad a diferentes dietas, como se comprueba al comparar la manera de alimentarse de las tribus primitivas por el mundo. Así que realmente a una persona puede irle bien un tipo de dieta, mientras que a otra le deja fatal. Lo que es una pena es que la gente del segundo grupo sienta que hay algo mal con ella, se culpabilice, ignore las señales de su cuerpo y finja que todo va bien porque se supone que así es como debe ser. Pone su ideología alimentaria por encima de la realidad, perjudicándose a sí misma y a otros a los que atrae a esa misma ideología.

El dualismo

Una buena ideología pseudorreligiosa tiene que ser simple, y simple significa extremo. Blanco y negro, sin escalas de grises. Aliados y enemigos. Y un único principio orientador, y un máximo enemigo en el que focalizarse (como en política). El enemigo puede ser el gluten, la lactosa, los carbohidratos, el azúcar, las grasas, los procesados, etc. Incluso las calorías en general (un principio de cuantas menos, mejor). Los adeptos se aprenden una serie de consignas pseudocientíficas que repiten con tono violento dejando comentarios en redes sociales bajo las fotos de otras personas que muestran eso que ellos combaten. Yo, por otra parte, abogo por un mensaje de:

  • Equilibrio: es decir, #balancednotclean. Comer algo que los snobs no consideren “limpio” —¿qué significa eso, de todos modos?— no te hace menos digno, menos fit, menos sano… Puedes llevar una vida saludable sin tener que adherirte a un credo alimenticio. Es más, probablemente seas más saludable que ellos.
  • Educación: en nutrición no existe un exceso de información como algunos dicen, sino una sobrecarga de desinformación, de confusión. El conocimiento es poder: cuando tenemos los datos, podemos tomar decisiones y no dejar que nos embauquen con titulares deslumbrantes y proposiciones simplistas que pretenden haber encontrado una panacea.
  • Individualización: cada uno tenemos un cuerpo diferente con necesidades particulares, por cuestiones genéticas, de estilo de vida y hábitos, de circunstancias concretas como enfermedades, e incluso de gustos. Tendríamos que aprender a conocer y escuchar a nuestro cuerpo en lugar de tratar de decidir en abstracto “lo mejor” e imponérnoslo por la fuerza, sí o sí, porque tiene que ser así.

El pecado

Curiosamente, mientras en el ámbito religioso de verdad se intenta eliminar o suavizar la realidad del pecado, imperando el “sentirse bien”, “no pasa nada”, etc., en la comida se tiende a todo lo contrario: hay mandamientos y pecados. Esto es muy peligroso, sobre todo por cómo se ha colado subrepticiamente en el lenguaje corriente.

Es lo más normal escuchar a alguien decir que ha sido bueno o malo con la comida, o que ha “pecado” si no ha seguido una dieta a rajatabla. O que la comida se presente como una “tentación”, es decir, algo malo a evitar pero que por el placer que nos va a producir, nos cuesta resistir. Si cedemos, hemos pecado. O el famoso concepto de “cheat days” o “cheat meals”, literalmente hacer trampa, engañar a la dieta. Lo típico de ser malo pero que no te pillen, disfrutar del placer de lo prohibido.

Obviamente, esto es una forma de pensar nefasta hacia la comida, y fomenta que la gente se dé atracones en secreto y se avergüence de sí misma por hacerlo, manteniendo luego una fachada de que no ha pasado nada. Y las comunidades pro-ana (pro-anorexia) llevan este lenguaje al extremo: claro, si comer, comer determinadas cosas o determinadas calorías es tan malo y tan pecado, algo que te ensucia… pues hay que evitarlo a toda costa. Y por eso se sienten superiores moralmente, por ser capaces de resistir por completo algo en lo que la mayoría de la gente “cae” (término también ampliamente utilizado en la sociedad).

La penitencia

El pecado lleva al arrepentimiento, y se necesita una penitencia para enmendarlo. Que se suele expresar en forma de compensar o restringir. He sido malo, he caído, he cedido, y ahora debo pagar el precio. Pero habría que pararse a pensar, ¿a quién has hecho mal? A los demás no.

A Dios, quizás, si ha habido falta de templanza (que también puede ser por defecto, no solo por exceso). Pero entonces habla con un sacerdote y no con un gurú de las dietas. Desde luego, en el cristianismo, no hay alimentos prohibidos, ni una dieta que tengas que seguir por la religión. Jesús abolió las restricciones de impureza que pesaban sobre algunos alimentos. No hay un “dios de la comida”. La figura de la “diosa Ana” de la anorexia suena muy retorcida, pero algunas personas supuestamente sanas se comportan en la práctica como si creyeran en ella.

A ti mismo, quizás, pero entrar en un ciclo de compensación y restricción solo va a agravar el problema. A veces ni siquiera es un problema, porque una comida o un día o unos pocos días nunca van a arruinar tu progreso, o quizás ese día hiciste bien comiendo más porque tu cuerpo lo necesitaba, o si el asunto es que has subido de peso un día, puede ser debido a múltiples factores que no son la ganancia de grasa… Si de verdad es algo que tienes que corregir, no por eso tienes que recurrir a extremos, ni machacarte, ni insultarte. Para alguna gente, estos castigos llegan a ser físicos contra su cuerpo: vómitos, autolesión, laxantes, ejercicio excesivo, etc. Pero la cosa es seria antes de llegar a eso.

Conclusiones

En definitiva, creo que hay tres fenómenos muy relacionados: secularización, idolatría de la comida y trastornos alimenticios. La gente necesita no solo creer en algo abstracto, una “espiritualidad”, sino en algo concreto, que estructure su vida, que le cohesione con un grupo, que informe sus decisiones y le proporcione un kit de creencias para ver el mundo. Sentirse parte de algo correcto e importante. Pero cuando esto se pone en un ídolo, como la comida, no llena, y entonces lleva al desquiciamiento.

Cuanto más generalizada es esta mentalidad desordenada, estos buenos, malos, limpios, sucios, pecado, penitencia, restricción, vergüenza, supersticiones, etc., alrededor de la comida, más favorable es el caldo de cultivo para el desarrollo de trastornos alimenticios en la gente vulnerable. Y más tarde se detectan, porque al principio estas personas son vistas como quienes mejor hacen las cosas, y reciben alabanzas, son objeto de admiración. Pero su destino es la dolorosa demostración de a dónde lleva nada más y nada menos que ser consecuente con estas creencias.   Las mismas que se extienden como la pólvora y se proclaman desde los medios de comunicación.

Revisa cómo piensas y cómo hablas sobre la comida en público. Cultiva el pensamiento crítico. No bases tu autoestima en la comida. No justifiques tu manera de comer ni hagas que otros se sientan en la necesidad de hacerlo. No difundas mitos. Cuídate y promueve que otros lo hagan, pero desde una perspectiva positiva, objetiva y… sana.

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