Divina Misericordia: el alma también necesita recuperación en un TCA

Divina Misericordia: el alma también necesita recuperación en un TCA

Cuando empezamos un tratamiento para recuperarnos de un trastorno alimenticio (TCA), hay médicos que quieren ayudarnos a sanar nuestro cuerpo y quizá nuestra mente. Pero hay heridas más profundas, de las que debe encargarse el Médico de las almas, Jesús. Su medicina será la Divina Misericordia.

Por eso recomiendo en esos tiempos difíciles leer el Diario de Santa Faustina Kowalska, que profundiza en esta realidad a través de su experiencia vital y de las palabras que el propio Jesús le reveló para dar a conocer esta inmensa gracia.

La Divina Misericordia en nuestra vida

A esta santa se la conoce como la apóstol de la Divina Misericordia, porque este es el culto que el mismo Jesús le mandó que extendiera. Es una devoción muy apropiada en nuestra situación:

  • Nuestro pasado necesita misericordia: hemos hecho muchas cosas de las que nos arrepentimos, hemos herido a nuestros seres queridos, hemos atentado contra nosotros mismos… y hemos actuado contra Dios, aunque en su momento no nos diésemos cuenta. Necesitamos que Él nos dé la oportunidad de empezar de nuevo, que nos abrace como hijos pródigos y renueve por completo nuestro corazón.
  • Nuestro presente necesita misericordia: vemos nuestra miseria y pequeñez, nuestra incapacidad para salir por nosotros mismos de este agujero, cómo constantemente caemos, cómo los pensamientos son demasiado fuertes… Necesitamos que Dios, que es Amor y Todopoderoso, se compadezca de nosotros y venga a nuestra vida para consolarnos y para darnos su gracia y así poder seguir avanzando.
  • Nuestro futuro necesita misericordia: hemos experimentado nuestra debilidad y podemos volver a caer en cualquier momento. Nunca llegará el tiempo en que ya no necesitemos de la misericordia y podamos vivir por nuestra cuenta. Solo en Dios hemos de poner nuestra confianza. Además, por muchas maravillas que se nos prometan, todavía vemos muy negro el futuro. Debemos encomendarlo en las manos de Jesús misericordioso para saber que, sea lo que sea, será lo mejor, porque allí estará Él.

La imagen

Una de las partes más ricas en significado de esta devoción es la imagen de la Divina Misericordia, basada en una de las visiones de Santa Faustina (Diario, 47) y que se ha reproducido por todo el mundo. Detengámonos en cada uno de sus elementos:

Las manos

En esta imagen, Jesús aparece con una mano alzada en gesto de bendición. No va a bajar nunca esa mano para nosotros. Siempre que volvamos a Él, aunque solo veamos oscuridad en nuestra alma y a nuestro alrededor, ahí estará emergiendo de esas tinieblas y dispuesto a darnos su bendición para seguir adelante.

La otra mano se posa sobre su Corazón, la fuente de esa bendición y de su misericordia. Es ahí donde debemos acudir a refugiarnos cuando nos asalten los tormentos. Ahí está esa paz que anhelamos y que no encontramos en nosotros.

El rayo pálido

De su Corazón brotan dos rayos. “El rayo pálido simboliza el Agua que justifica a las almas” (299). Es la del Bautismo y, más adelante en nuestra vida, toda agua de purificación que el Señor derrama sobre nosotros para llevarse como un torrente todas esas piedras que acumulamos en el corazón y nos pesan, y limpiar toda esa suciedad que se incrusta en los rincones del alma. Esas cosas pueden oprimirnos hasta el punto de hacernos incapaces de avanzar, y es especialmente fácil que se multipliquen en momentos como este, en que estamos expuestos a ataques constantes del maligno y en que nuestras caídas y nuestros intensos miedos nos pueden hacer caer en el desánimo. Pero el Señor lo ha prometido: “Derramaré sobre vosotros un agua pura que os purificará: de todas vuestras inmundicias e idolatrías os he de purificar” (Ez 36, 25).

Un trastorno alimenticio es una idolatría, como bien ponen de manifiesto los blogs pro ana cuando hablan de la “diosa ana”. Es realmente una experiencia pseudo-religiosa, con sus mandamientos (las normas obsesivas), sus éxtasis (estados de euforia), sus santos (thinspirations), su ideal de perfección (la delgadez extrema)… y su “dios”, cuyo nombre es solo una metáfora, pero esconde una realidad infernal. Nuestra alma necesita una renovación total.

Afortunadamente, Jesús siempre está dispuesto a derramarla sobre nosotros. No tenemos que arrastrar nuestro pasado, ni siquiera aunque ese pasado sea el de hace 5 minutos: “Lávame: quedaré más blanco que la nieve” (Sal 51, 9). Así, seremos libres para poder continuar. (Nota: un momento privilegiado para experimentar esto es la Confesión).

El rayo rojo

El rayo rojo simboliza la Sangre que es la vida de las almas”. Es la Sangre que Jesús derramó por nosotros en la cruz. En esa cruz estaban también clavados nuestro dolor y nuestra miseria, toda esta horrible experiencia que el Señor sabía que íbamos a pasar. Él ha querido unirse a nosotros y ha pasado con nosotros en ese momento —que trasciende la historia— todo lo que hemos pasado y estamos pasando. Por eso podemos ofrecer nuestro sufrimiento, porque si lo unimos al Suyo, el Padre lo recibe de manos de su Hijo y adquiere un valor infinito.

(He de admitir que este tipo de razonamientos me solían resultar detonantes, creyendo que entonces tenía que provocarme más sufrimiento a propósito. Es un pensamiento erróneo; la naturaleza de Dios es el Amor, la Belleza, la Bondad, la Alegría, la Paz, la Luz. La reflexión anterior solamente nos debe confortar. Contáctame si no lo hace).

Es también la Sangre que recibimos en la Eucaristía. Y es que ¡nuestra alma también necesita alimento! Durante la recuperación aprendemos que tenemos que comer para nutrir nuestro cuerpo. Quizás, en primer lugar, para sobrevivir: reparar nuestros órganos, conseguir que nuestra mente funcione correctamente, etc. Pero, después, para pasar de sobrevivir a vivir: tener fuerza y energía para desarrollar al máximo nuestro potencial, para tener sueños y perseguirlos, para trabajar duro y para divertirnos… Si la vida cambia por completo con el alimento corporal, ¡cómo no lo hará con el alimento espiritual! Nutre tu alma para que esté vigorosa para el combate, y para vivir en la máxima plenitud de la palabra.

«Jesús en Ti confío»

En la parte inferior aparece esta inscripción, que podemos adoptar como jaculatoria estrella durante la recuperación, para repetir cada vez que nos vayamos a atrever a hacer algo que nos da miedo y que nuestra mente nos grita que no hagamos; cada vez que pensemos en abandonar porque nada parece tener sentido o la carga parece demasiado pesada; cada vez que veamos una cosa en el espejo y los demás nos intenten convencer de que es otra y tengamos que aceptarlo aunque no podamos comprenderlo.

Si le hemos ofrecido todo esto al Señor, si lo hemos depositado en su Corazón… no hay mejor sitio ni más seguro donde pudiera estar. Confía en que eso ha quedado en sus manos y Él lo llevará a buen término. Como siempre digo, no hace falta “sentirlo” del todo. Puede que en el fondo no confíes del todo. Pero basta con querer querer. Con querer confiar.

Aún hay más. Cuando nos estamos recuperando de un trastorno alimenticio, hay dos características que son fundamentales: la confianza y la obediencia, hacia Dios y hacia quienes, para nosotros, le representan en el mundo (el director espiritual, pero también los médicos y las personas que nos ayudan en nuestro tratamiento). Es muy importante porque durante un tiempo no podremos confiar en absoluto en nosotros mismos, ya que entonces obedeceremos a la enfermedad. Santa Faustina insiste muchísimo a lo largo de su Diario en este triple aspecto. Veamos algunos ejemplos:

  • Confianza en Dios: 

“Cuando veo que una dificultad sobrepasa mis fuerzas, no pienso en ella ni la analizo ni la penetro, sino que, como una niña, recurro al Corazón de Jesús y le digo una sola palabra: Tú lo puedes todo. Y me callo, porque sé que Jesús mismo interviene en el asunto y yo, en vez de atormentarme, dedico ese tiempo a amarlo” (1033).

  • Confianza en el director espiritual:

Obedece en todo a tu director espiritual, su palabra es Mi voluntad; confírmate en lo profundo del alma en que Yo hablo por su boca y deseo que tú le reveles el estado de tu alma con la misma sencillez y sinceridad como lo haces delante de Mí. Te repito una vez más, Hija Mía, has de saber que su palabra es Mi voluntad para ti” (979).

  • Confianza en los médicos:

“Hoy el medico ha decidido que no debo ir a la Santa Misa, sino solamente a la Santa Comunión. Deseaba ardientemente asistir a la Santa Misa, pero el confesor de acuerdo con el medico me ha dicho que sea obediente. “Es la voluntad de Dios que usted sea sana y no le está permitido hermana, mortificarse en nada; sea obediente y Dios le recompensará.”… “Hija Mía, has de saber que con un acto de obediencia Me das mayor gloria que con largas plegarias y mortificaciones. Oh, qué bueno es vivir en la obediencia, vivir en la conciencia de que todo lo que hago es agradable a Dios” (894).

La Divina Misericordia no es un analgésico. El camino de la recuperación va a seguir siendo duro y, probablemente (muy) doloroso. Lo que sí conseguirá Jesús si nos refugiamos en su Corazón y practicamos la confianza y la obediencia hacia Él y hacia sus representantes en la tierra, es curar de verdad el alma y prepararnos así para llevar una vida plenamente feliz. ¡Jesús, en Ti confío!

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