En las páginas pro ana, ser perfecta significa estar delgada. Punto. Esta es en primer lugar, evidentemente, la perfección física. No se admite que pueda haber muchos tipos de cuerpos bonitos ni que salud y belleza, al ser dos dones buenos, no pueden contraponerse. Hay un único estándar, marcado por las thinspirations—chicas, famosas o no, que creemos que han alcanzado esa perfección—: ser esquelética.
Es también una perfección moral. Creemos que denota fuerza de voluntad, disciplina y autocontrol. No ayuda cuando la sociedad nos adula por ello —“ojalá yo pudiera resistirme al chocolate”, etc.—. En realidad, no estamos en control, sino controladas, manejadas por el trastorno, que dirige nuestros pensamientos y acciones.
Por último, puede significar también, como en mi caso, una perfección religiosa. Para empezar, por simple asociación de los términos. Una vez has interiorizado que perfección = delgadez, cuando te hablan de que la perfección es la santidad, es fácil llegar a la conclusión de que santidad = delgadez. La exhortación “sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto” (Mt 5, 48) convierte entonces el deseo de delgadez en un mandato divino. A partir de ahí, toda la Biblia se puede retorcer para apoyar esa idea.
Y, por otro lado, estaría toda la valoración del sacrificio, la mortificación y el ayuno, que resulta extremadamente detonante cuando no se explica bien o se recurre a tópicos simplistas —como que el ayuno santo es por Dios y el ayuno de un TCA es por vanidad; como si Dios y el TCA no se hubieran transformado para ti en una cosa y la misma—.