Cómo prevenir que tu hija tenga anorexia (no es como crees)

Cómo prevenir que tu hija tenga anorexia (no es como crees)

Si eres una madre o un padre preocupado por la posibilidad de que tu hija pueda desarrollar un trastorno alimenticio, esta entrada es para ti.

Yo comencé con la anorexia a los 9 años, y es muy común que a esa edad empiecen a gestarse los pensamientos y que en la preadolescencia o adolescencia deriven en un trastorno alimenticio completo.

La mayoría de la gente piensa que lo que hay que hacer es que las niñas no se preocupen por lo que comen ni piensen en su cuerpo. Que les dé igual estar más gordas o más flacas porque tienen que aceptarse igual. Yo, por el contrario, no creo que este sea el mejor camino. Tanto la salud como la belleza son preocupaciones totalmente aceptables, y lo que los padres deben hacer es acompañar a sus hijas a través de ellas de una forma positiva. ¿Cómo hacerlo? Estas son mis pautas:

(Nota: voy a usar lenguaje femenino porque esta enfermedad es más común en mujeres y porque hablo desde mi propia experiencia. Pero también se aplica para hijos varones).

1. Sé un buen ejemplo

Sé un modelo a quien tu hija pueda mirar en temas de salud y forma física. Muchas chicas con anorexia sienten la necesidad de restringir porque les da pavor acabar como sus familiares obesos.

Otras han vivido una mala relación con la comida en casa desde pequeñas, porque alguno de sus padres (generalmente la madre) estaba constantemente metiéndose en dietas con efecto yoyó.

Si tu hija siente que no puede fijarse en ti en cuanto a estos temas, se fijará en otras personas, que muchas veces serán las figuras que presentan los medios de comunicación. Esto es muy peligroso porque en ese mundo se presenta como sano y bello lo que es enfermizo y deforme, y se promueven dietas nocivas para alcanzarlo.

Preocúpate de tu cuerpo y tu salud y sé un ejemplo de los hábitos de vida saludable que se deben llevar para estar tan bien como tú. Que sea algo a lo que tu hija quiera aspirar.

2. No desprecies su preocupación por lo físico

Muchos padres no reaccionan bien cuando sus hijas les comentan inquietudes respecto a su cuerpo. Algunos se ríen, como si fuera una tontería que se tiene que sacar de la cabeza y punto. Eso duele, porque para ella es importante.

Otros directamente se enfadan, como si fuera algo ilegítimo, algo que a una niña nunca debería pasársele por la cabeza. Muchas veces, precisamente por miedo a que sea el comienzo de un trastorno alimenticio. Pero no hay que ponerse nerviosos. No puede convertirse en un tema tabú, porque eso no le va a quitar la preocupación; solo va a sentir que no puede comentarla en casa, y, de nuevo, recurrirá a fuentes mucho más peligrosas. Y no la hagas sentir vanidosa. Ya le habrá costado bastante contártelo, no generes más culpabilidad. 

Ambas actitudes suponen quebrantar su confianza y eso alimenta el secretismo que tanto gusta a los trastornos alimenticios. Entonces sí se le pueden meter pensamientos del tipo “nadie me entiende”, “mis padres están contra mí”, etc., que llevan a “quieren que esté gorda” y finalmente a “tengo que hacer algo, pero en secreto”. 

En su lugar, estáte abierto a hablar. Interésate, pregunta qué le ha llevado a tener esa preocupación, qué ha pensado hacer, cómo quiere que la apoyes. Explica tu visión, propón opciones mejores si las tienes, muestra tu intención de involucrarte. Deja claro que no eres su enemigo, sino que podéis trabajar juntos para que consiga sus objetivos y sea lo más feliz posible. Si dice cosas irracionales o falsas, aclara por qué lo son. Y todo con calma.

3. Crea un clima de confianza

Pero, para que se dé el punto anterior, primero es necesario que sienta que te puede contar ese tipo de cosas. Si tiene la experiencia de que con otros temas íntimos o difíciles la has ayudado y apoyado, le será más fácil abrirse.

En cambio, si cuando te cuenta cosas las desdeñas como cosas de crías, sentirá que no la tomas en serio. Si no le prestas atención porque estás demasiado enfrascado en tus asuntos, por ejemplo no parando de hacer lo que estás haciendo cuando viene a contarte algo para escuchar con toda atención, sentirá que no te importa. Si la regañas cuando se siente mal o cuando llora, sentirá que no la comprendes. 

Haz que sea normal preguntar y tocar temas complejos. Valora sus aportaciones en las conversaciones. Crea el hábito de que en familia se hable de todo y no se ridiculicen o menosprecien actitudes y sentimientos.

4. Transmite conocimientos

Estamos en tiempos de mucha confusión en el ámbito nutricional, sobre qué es sano y que no, qué propiedades tienen los alimentos, etc. Al mismo tiempo, la mayoría de la gente continúa ignorando los aspectos más básicos y fundamentales, como elegir comida real, saber leer las etiquetas de los alimentos, mantener un balance de macro y micronutrientes, aprender a escuchar las señales de su cuerpo o controlar las porciones.

Edúcate. No te hagas eco de cada última moda que sale en los medios. No difundas mitos sin criterio. No contribuyas a esa percepción de que la comida es algo peligroso y complicado, que hay que ver con recelo y tratar de manera estricta y obsesiva para que no te haga daño o te engorde. Por el contrario, sé capaz de proporcionar principios sensatos para que nadie en tu familia caiga en esas redes.

Insisto, no se trata de creer que la comida no importa, no preocuparse nada y comer sin pensar. Se trata de poder hacer elecciones libres. Los trastornos alimenticios nos meten un montón de ideas irracionales. Que alguien tenga los conocimientos adecuados puede no ser suficiente por sí mismo (pues hay también una gran carga emocional), pero hará más difícil que caiga en sus trampas y tentaciones. No descuides el educar a tus hijos en esto.

5. Utiliza un lenguaje correcto

He hablado largo y tendido en este blog de la importancia de cuidar nuestras palabras: comentarios sobre comida que nunca se deben decir, frases que son detonantes para personas con trastornos alimenticios, qué se puede decir en su lugar… Y merece la pena volver a insistir. No tildes alimentos de buenos y malos, no digas que una comida puntual te va a hacer engordar, no hables del ejercicio como un castigo para quemar las calorías que has comido. No digas que te has portado bien o te has portado mal según lo que hayas comido.

6. Respeta que cada uno y cada cuerpo es diferente

No le enseñes a tener que terminarse el plato bajo amenaza de castigo, sino a conocer las señales de su cuerpo. No le obligues a seguir un determinado patrón de distribución de comidas (¿3 al día? ¿6?), sino invítala a que vea cuál le sienta mejor. No la fuerces a comer de todo, sino simplemente preocúpate de que tenga un equilibrio nutricional, que tome todos los grupos alimenticios para los macro y micronutrientes que necesita. No pienses que si le dejas libertad va a tomar solo postres azucarados y demás; por el contrario, el hecho de que no estén prohibidos hará que no los ponga en un pedestal.

Es evidente que no se pueden cocinar platos distintos para cada persona de la casa. Pero sí se debe invitar en la medida de lo posible a que se conozcan y honren las individualidades físicas de cada uno. La mayoría de la gente está completamente desconectada de las señales y necesidades de su cuerpo, come cualquier cosa por inercia o bien come lo que le dicta una dieta. Y por eso acaban con problemas nutricionales y con alimentación desordenada, y tienen que aprender más tarde a tomar conciencia de sí mismos. Inculca estas habilidades desde la infancia.

7. Disfruta de la comida y el ejercicio en familia

Incluye a tus hijos en la cocina desde pequeños, y haced alguna forma de ejercicio todos juntos. Esto hará que los asuntos relacionados con la salud sean para ellos algo normalizado, divertido y social. Que sea algo bueno que vivan en familia. Crea un ambiente saludable, donde se vea que la comida y el ejercicio son cosas importantes, pero que se viven con paz y alegría. Se trata de una profundización del primer punto: ser un ejemplo, pero no solo lejanamente, sino ser también un maestro, alguien que les lleva de la mano a introducirse en buenos hábitos.

8. Mira a Dios

El mensaje que siempre intento transmitir en mi blog es que tenemos que aprender a cuidar de nuestro cuerpo del mismo modo que Dios cuida de nuestra alma. Con amor. Con respeto. Con disciplina también. Buscando su bien. Sabiendo que cada uno somos distintos. El desorden entre el alma y el cuerpo que tanto mal hace en nuestra sociedad proviene de un desorden previo y más grave entre el alma y Dios. Hay que recuperar el orden agustiniano Dios-alma-cuerpo. Nuestra alma no puede ordenar nuestro cuerpo si ella misma no está ordenada respecto a Dios.

Así que mírale a Él. Mira la dignidad que te ha dado, que ha dado a tus hijos, que ha dado a tu hija. Cómo ha formado su alma y su cuerpo. Cómo ha querido venir a habitar ahí. Cómo le ha confiado esa parte de la Creación para que la cuide y la trabaje según Su voluntad, y para Su mayor gloria, que por su inmensa bondad se corresponde también con nuestra máxima felicidad. Recuerda que el cuerpo ni es malo, ni es el centro. Es un instrumento privilegiado en nuestro camino de santidad, para cumplir con nuestro fin en la vida. Transmite todo esto desde el amor.

Conclusión

Si no has estado haciendo estas cosas hasta ahora, no te preocupes, es el momento de empezar a hacerlas, y puede ser muy bonito construir ese ambiente con el esfuerzo de toda la familia. Los cambios serán positivos para todos, pero especialmente para quienes tienen más inclinación a problemas con su imagen corporal, con la alienación por parte de la cultura de la dieta o con descontrol respecto a la comida. Que el hogar sea un lugar seguro que promueva un desarrollo saludable para el cuerpo y el alma de todos sus integrantes.

¿Necesitas más ayuda para implementar estos consejos? ¿Para tratar tu propia alimentación desordenada? ¿Tienes ya una hija (o un hijo) sufriendo un trastorno alimenticio? No dudes en contactarme a través de esta web o de instagram. No estás solo.

¿Dividir los alimentos en

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